La
comunicación escrita es el tapete invisible en la transmisión de las ideas.
Cuando la redacción y el soporte son los idóneos, la mente del receptor se
conecta con la mente del emisor sin ninguna distracción.
La
redacción tiene una parte “técnica” que se refiere a la correcta escritura,
pero implica una parte subjetiva, que por ejemplo sería casi nula en las
matemáticas y muy alta en el dibujo o en el canto. En otras palabras: toda escritura
lleva la huella digital de su mano creadora.
Uno escribe
para que otro lea. Puede ser una relación uno a uno o bien destinada a tener
receptores simultáneos. Entonces se vuelve una actividad muy sensible.
Recuerdo
que a finales de los noventa trabajaba como redactor para un noticiero
televisivo. Escribir parte de lo que se leería al aire era una prueba quirúrgica
diaria. El primer avance salía a las 6:37 de la mañana y el noticiero que
duraba tres horas iniciaba en punto de las 6:50, ni un segundo más. El hecho de
que fueran tiempos cronometrados no justificaba ni un error, que los había.
En
publicaciones impresas, el redactor crea y el editor mejora la experiencia de
lectura. Estos dos roles lo pueden ejercer diferentes personas. Llamo redactor
en sentido amplio a quien escribe para que otros lean. Este papel lo practican
periodistas, profesores, investigadores, abogados y, por supuesto, los
escritores.
Vívida experiencia
Me incluyo
entre los lectores que gozan con un buen texto, tejido con invisible detalle por
las manos de un mago, escritos que son un cristal que no interrumpe la mirada
de mi mente e incluso me hacen parte de un vívida experiencia, una que activa
la imaginación con mecanismos que no busco comprender.
Vista como
una profesión, la de redactor no es suficientemente valorada ni por supuesto,
pagada. Se asume como una cualidad implícita en personas ligadas a la academia,
al periodismo o la docencia. Pero esta es una idea equivocada.
La
habilidad de escribir de manera eficaz y atractiva se cultiva con muchas lecturas y
con estar abierto a las críticas, pero sucede poco.
En una
empresa donde laboré como editor se creía que con sólo pedirle a cada docente
una colaboración sería suficiente para tener una edición atractiva. Se piensa
erróneamente que ser especialista en determinada área habilita para escribir un
texto publicable. Para nuestra pena, es en estos criterios frente a la lectura
y la escritura donde una vez más se hace notorio el fracaso de nuestro sistema
educativo.
Cuando esté
frente a un texto, estimado lector, le invito a que haga la prueba del segundo
párrafo. Consiste en leer con atención la entrada y detenerse a pensar qué
tanto interés le nace por continuar la lectura. Y no, no se trata sólo del
tema, en muchos de los casos es el abordaje, el tono, y la “mano” del redactor
la que nos mantiene interesados hasta el final.
En lo
personal, como editor prefiero partir de la habilidad escritural e ir hacia un
tema, que hacer que un especialista “aprenda” y publique sus aportaciones, que
para eso están las entrevistas.
Mientras no
se le dé la suficiente importancia al disfrute y a la exigencia de una lectura
y a la eficaz comunicación escrita, seguiremos aceptando equivocadamente que
leer no enriquece nuestra experiencia de vida. Y peor aún, que no es necesario
alimentarnos por medio de los productos que nos da la cultura que, como dice
Hernán Casciari, es la base fundamental de la complejidad de la mente.
Los buenos
redactores no vienen con un letrero en la frente, hay que descubrirlos, están a
veces en periódicos, portales electrónicos, blogues incluso están ahora
estudiando la preparatoria o en el inicio de una carrera profesional. Valoremos
a los buenos redactores. Columnistas, historiadores, periodistas, escritores,
investigadores: necesitamos de su trabajo, piensen en nosotros los lectores.
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