jueves, 20 de julio de 2017

Ese bonito uso de las palabras





Lo que el habla puede producir siempre me ha llamado la atención: los usos sociales del lenguaje, las personas que saben contar chistes, los excelentes oradores, los maestros que saben cómo y a dónde ir con su clase, los seductores, los escritores que hacen que yo escuche lo que sus personajes hablan, los veintitrés o veinticuatro matices que tiene la palabra "amor" pronunciada por tu pareja en cincuenta contextos diferentes, el tono preciso y por radiación que usa tu jefe para expresarte con dos palabras lo que espera de ti. Por eso digo que cosa importante que sucede entre humanos, o pasa por lenguaje, o no sucede nada.Cuando yo tenía seis años, en el Monterrey allá a finales de la década de los setenta, la palabra "bato" era una grosería, la dije una sola vez y creo que en voz baja, era una maldición que no se decía en casa. "Menso", era tres rayitas más fuerte, y menos se decía.
Otras más agresivas de ahí para el real, ni siquiera se me ocurría pensarlas. Creo que ni existían en mi diccionario. Hoy me parece un acierto, esa habilidad que unos tienen de forma natural, poder decir maldiciones en el lugar, ocasión y momento adecuados. No a todos se les escucha natural y consistente.
La palabra "güey", especialmente dicho por una morra (no por sexismo, sino porque les falta mucha gracia) difícilmente tiene el toque preciso.
En cambio, he notado de unos seis o siete años a la fecha, que el adjetivo "culero", pronunciado en el tono adecuado, suele dar el calificativo preciso para una sensación, estado o trabajo terminado.
Prefiero escucharla cuando da en el blanco, dicha con gracia, de lo contrario a mí me da pena ajena, más bien como que me da chingadera. 

¿Les ha pasado?


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