miércoles, 19 de octubre de 2016

Hernán Casciari, el machista


Tengo muchos años siguiendo a Hernán Casciari, quizá más de 10. Sus textos son ingeniosos, directos, mucha biografía, mucho futbol. Como buen periodista y escritor tiene el encanto para contar historias y contarlas bien. No como en los años de la revista Orsai, cuando multitudes de decenas de países lo seguían y mandó a las editoriales que publicaban sus libros a "la puta que los parió", pero sigue siendo muy mediático. Bastante You Tube y el Twitter de siempre. Casciari es argentino, del 71, y en 99 se fue a vivir a Barcelona con una mujer que fue sus esposa. Se llama Cristina. Tuvieron una hija, la Nina, que ahora es adolescente. Creo que está de más que cuente todo esto, pues todos sus lectores sabemos buena parte de su vida porque él ha hecho decenas de cuentos de ella.
Pero bueno, en sus relatos hay mucho futbol. Casciari le va al Racing y de niño quiso ser futbolista. Y ustedes no saben lo que logra este deporte entre los amantes del futbol que se vuelven periodistas o escritores: pueden describir el Maracanazo de 1950 aunque no lo hubieran vivido porque aún no nacían. Saben absolutamente todo sobre futbol. Y no conformes, son capaces de hablar horas con una pasión y un conocimiento que llenaría varios libros temáticos. Casciari es así.
Muchos de sus relatos me han acompañado, me han hecho llorar o me han hecho experimentar una profunda tristeza.
Pero entre todos sus textos nunca le había leído uno que hablara sobre el machismo. No el de la teoría, sino el de la vida cotidiana, el del lenguaje, y sobre todo el de “su” lenguaje y su vida. No saben ustedes lo que a nosotros los varones nos cuesta reconocer que el machismo está en nuestras venas. Es algo casi invisible para nosotros, pero lo más peligroso, es que lo vemos como algo inofensivo. Absolutamente inofensivo. Está en los chistes y en el comentario más "inocente". Ahí está presente. Quienes lo han padecido de primera mano lo ven clarísimo. Nosotros muy rara vez. Claro, movemos la cabeza con desaprobación cuando nos enteramos que una mujer fue golpeada por su pareja. Pero eso pasa siempre afuera, fuera de nuestro círculo. Nosotros-no-somos-así.
Hoy por la mañana me encontré con un texto de Casciari en donde reconoce por primera vez que ahí hay algo que se mueve muy raro: “Entre los treinta y los cuarenta años escribí más de quinientos textos cortos en internet. Hay por lo menos veinte que tienen alguna frase machista o alguna idea retrógrada que hoy me avergüenza leer”.
Por eso comparto hoy las palabras de este hombre de 45 años que le está cayendo el veinte. Como a muchos nos ha empezado a caer, aunque no es suficiente. Ni de lejos es suficiente.
* * *
#MeHagoCargo
por Hernán Casciari
Durante la infancia mi mamá mandaba a mi hermana a hacer los mandados al almacén, nunca me mandaba a mí. Yo empecé a ir al almacén a los trece años por propia voluntad.
Una vez mi papá se tuvo que cocinar él mismo porque mi mamá no estaba. Mi abuela se enteró y le hizo un escándalo a su nuera: «¿Cómo es posible, nena? ¡Él es el hombre de la casa!».
Entre los nueve y los catorce años escondí de mi papá las poesías que escribía para que no me creyera femenino. Entre los seis y los quince años jugué a deportes de fuerza para demostrar masculinidad.
Mi papá nunca pisó el almacén de enfrente. Tampoco nunca nos hizo el almuerzo o la cena. Nunca barrió el piso ni cosió un guardapolvos. Ninguna mujer de la casa se lo habría permitido.
En la adolescencia alguna amigas señalaron en mí actitudes machistas que yo no podía reconocer o me negaba a aceptar. Pasaba mucho en las sobremesas de los asados, mientras ellas levantaban los platos.
Hasta el final del siglo veinte (es decir, hasta mis treinta años), creí que machismo y feminismo eran dos extremos y me burlé de ambos como quien se burla de los veganos o de los hinchas de Vélez.
Al inicio de este siglo fui padre. En la crianza de mi hija practiqué la ironía seudo progre de decir (frente a ella) ‘puto’, ‘trola’, ‘negro’ y otro montón de tópicos que creía inofensivos.
También debatí sin argumento en sobremesas acaloradas y salieron de mi boca dos frases infames: «No todos los varones somos así» y «Estoy en contra de todo tipo de violencia».
Entre los treinta y los cuarenta años escribí más de quinientos textos cortos en internet. Hay por lo menos veinte que tienen alguna frase machista o alguna idea retrógrada que hoy me avergüenza leer.
A los cuarenta y tres años me pregunté por primera vez qué debía hacer con esos textos. ¿Borrarlos, modificarlos o dejarlos tal cual? Elegí mantenerlos; hacerme cargo del que fui para ser menos imbécil en adelante.
Todavía tengo en la cabeza frases en reparación. Lo descubro cuando personas más jóvenes me alertan: «¿Te parece que dos mochileras que van juntas ‘viajan solas’?». No es fácil soltar los lastres.
Pero también empiezo a percibir yo mismo las alarmas. Descubro solito símbolos mal puestos y barbaridades en los medios. Empiezo a sentir el placer de mis propias cáscaras cayendo.
Soy un varón heterosexual de 45 años. Me cuesta mucho, cada vez que lloro, no decir “parezco mina” o “me puse putito”. Son muchos años de ser un imbécil que se creía gracioso. Pero me esfuerzo porque entendí.
No voy a poner el avatar rosa en mi wasap. No voy a usar el hashtag ni voy a hacerme el copado. Mi único hashtag sincero es #MeHagoCargo. Solamente vengo a decir que soy culpable y que fui parte del problema.
Trato todos los días de estar atento a los símbolos y a lo tópicos. Ya no uso los ‘pero’ ni hago chistes de falso progresismo. Me ejercito para dar pelea incluso en lo dialéctico, que es donde más me cuesta.
Hoy es 19 de octubre y llueve. Soy casi un viejo y viví por todos lados. Quiero decir que jamás había visto a un grupo humano acorralar un problema arraigado con tanta fuerza, pasión y creatividad.
Esta lucha es, sin dudas, lo más revolucionario que le pasó al país en décadas. Un día vamos a mirar para atrás y nos parecerá increíble que nosotros hayamos tardado tanto en reaccionar.
Nuestros nietos, queridas, van a estar muy orgullosos de ustedes.

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