jueves, 14 de julio de 2016

Don Pedro

El encuentro de un niño o un adolescente con un adulto, por breve que sea, puede quedar grabado para siempre. Las ocasiones más felices son cuando el niño, vuelto adulto, desentraña en el otro actitudes nobles y las guarda en su mochila de vida.
Cuando yo tenía unos cinco años, por la casa (casa de mi abuelita donde vivíamos) iba de visita un señor ya mayor, don Pedro se llamaba, pariente de mi abuelita seguramente, o pariente de alguien. Usaba sombrero, su piel estaba muy deteriorada, caminaba lento, usaba pantalón muy aguado y creo que siempre llevaba huaraches. Cuando hablaba no se le entendía bien quizá por la edad o porque seguro que le faltaban varios dientes. Un día nos topamos en el patio, y él metió la mano a la bolsa y sacó una pelotita de goma y me la regaló. La uña de su pulgar era larga. A alguien le escuché decir muchos años después que don Pedro había trabajado de albañil toda su vida, no lo sé. Guardé mucho tiempo esa pelotita. Era pequeña. A mí se me hace que voy a recordar la imagen de don Pedro toda mi vida, porque creo que fue un hombre muy bueno.

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