martes, 12 de abril de 2016

Años de estudiante



A muchos, me da la impresión que a la mayoría, la escuela, es decir, la universidad, les pasa como una fila burocrática, un lugar en el que hay que permanecer por cierto tiempo pero que al final, en cuanto a tu forma de pensar, sales casi como entraste, sólo que con un trámite resuelto y palomeado.

Para mí fue muy distinto. La primera parte de mi formación la recibí en mi casa, la segunda en la Facultad de Filosofía y Letras. Ahí tuve a dos maestros que fueron ancla y vela, puerto y embarcación, para el pensamiento y para el borrador de futuro que entonces eran unos apuntes de dos líneas.
Mi vida ahí dio un vuelco, tomó otro cauce. Fue el antes y el después. Uno de los dos maestros y el principal —en lo académico y de vida— fue Genaro, de quien ya he hablado en otros momentos, pero pondré una liga aquí. El otro es César Reza, a cuyas clases de Lenguaje y Razonamiento asistía de oyente mientras aún no cumplía los 18 años y estudiaba en segundo semestre de Ingeniería. Luego César impartió la materia de Persona y Sociedad y también lo seguí.

Tengo muchos recuerdos de él, la gran mayoría dentro del aula. Por ejemplo, que nunca llevaba apuntes ni dictaba nada, iba tejiendo un discurso sin perder el hilo y sin dárselas de profesor. Sí, tejía para alguien, pero los asistentes, al menos a eso iba yo, acudía a verlo tejer argumentos, ideas. A escucharlo pensar y, más exactamente, a hacer pensar. Pocas cosas pueden ser tan determinantes como hacer pensar a alguien tan joven, y que ese joven se cuestione. Sí, iba a disfrutar de vacaciones, tal vez buscaba otros sentidos a las cosas, algunos que mi curiosidad me decía que podía andar por ahí.

Creo que no todos lo tomaban del mismo modo. Conocí a quien afirmó que a causa de César, perdió su fe religiosa. Algún otro afuera, opinaba que era muy mamón, pero yo nunca lo vi creído ni arrogante. Yo iba con gran gusto como se va a una fiesta o a un concierto. En esos años no era consciente de que el conjunto de ideas que uno adopta como propias, se pueden ir tomando por el camino, de la familia, de las lecturas, los amigos y los maestros. Creo que lo más común es que se adquieran en la familia y poco o nada se muevan después —para qué, si ni necesidad hay.

Para mí los años en la facultad —primero tres años de oyente y luego otros seis y medio cursando las materias— no fue una fila para hacer un trámite, sino que fue una reforma desde los cimientos.

Hoy, mientras caminaba, y que pensaba como muchas veces en lo que hombres y mujeres hacemos distinto, recordé una frase que César hace muchos años, no estoy seguro si la escribió en el pizarrón, pero sí que la dijo, fue:


"Las mujeres son las que paren a los hijos"

  

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