domingo, 20 de septiembre de 2015

Ser papá

El miércoles 11 de febrero de 1998 a las diez y media de la mañana, al llegar a mi trabajo luego de una de las noches más inquietas de mi vida, María de la Paz Quintanilla Vargas me abrió la puerta de la oficina con la desbordada sonrisa de que acababa de ser papá. Una llamada de larga distancia había dado el feliz aviso. Estuve esperando el alumbramiento en Cuautla, Morelos, en la tierra de Zapata, en esa ciudad heroica e histórica, en la tierra de la comandanta Lulú, la madre de mi primer hijo, por cerca de diez días sin pararme en mi trabajo en Monterrey, y justo cuando estoy de regreso la noticia me llega como agua helada y caigo en la cuenta, de golpe, que no estoy preparado para ser papá. Y me quedo inmóvil, sonriendo como idiota y a punto de orinarme.

Corro vuelo me acelero
Mi hijo había nacido el día anterior, el martes 10 de febrero a las 12:08 del mediodía, y su democrático nombre fue el de Ernesto Inti. El primero resultado del ansia de militancia de sus padres y en honor del doctor argentino Guevara de la Serna, y no por Ernesto Zedillo, como se hizo la broma entre los amigos, por joder. E Inti por Inti Peredo, resultado también del ansia de militancia de sus padres, pues Peredo fue el acompañante de Ernesto Guevara en la Bolivia del 67. Yo acaba de cumplir 25 años y sabía más de la historia de Bolivia que lo que es ser padre, o sea nada.
Maximiliano no estuvo en el hospital
El teatro fue moderar la emoción y viajar al encuentro: 15 horas en autobús a menos que un milagro sucediera. Y entonces el milagro sucedió: el señor De Luna, otra de las personas para las que trabajé en ese tiempo, al enterarse de mi noticia me obsequió con un boleto redondo de avión a la ciudad de México.
El teatro fue dominar el temor y treparse por primera vez a un avión en un asiento, claro, del lado del pasillo. El teatro vino con el reproche de que no estuve presente. El teatro fue llegar y reconocer el daño.
Soy de la idea de que no se puede querer a quien no se conoce. A Ernesto Inti aprendí a quererlo. No lo quise igual desde el primer momento hasta ahora, pues en ese febrero loco él era un ser casi amorfo que fue a nacer por obra de su madre a mil 200 kilómetros de mi trabajo, y yo era alguien que estaba aprendiendo, (ahora él es el que está aprendiendo y yo me estoy convirtiendo en un ser amorfo con la cabeza a mil 200 kilómetros del resto de mi cuerpo). Decía que tuve que convivir con él para quererlo, para reconocerlo como distinto, para desaprender y aprender a ver con él otras cosas. Un día en Cuernavaca, le mostré el Jardín Borda y le expliqué a un Maximiliano, Chapultepec, Carlota y esos párrafos de historia. Le conté que este emperador, muy buena gente, de muy buen corazón pero medio baboso, había sido fusilado por Juárez. Entonces le comenté a grandes rasgos en qué consistía que fusilaran a alguien. Una hora más tarde, luego de un largo silencio a través de una larga avenida que descendía muy cerca del centro, Ernesto me preguntó con cierta preocupación que si el tal Maximiliano aún estaba en el hospital.
A menudo me recuerdas a alguien
“...tu sonrisa la imagino sin miedo, invadido por la ausencia, me devora la impaciencia, me pregunto si algún día, te veré”, cantaba esa canción me parece que con la bella, cursi, hermosa euforia de ir a conocer a mi hijo. Recuerdo bien ese momento, el primer momento que lo cargué. Pesó al nacer tres kilos, los mismos que yo sentía como si fuera la mitad de uno, una mirruñilla. Eso vale la pena recordar. Aunque la memoria nos hace un poco inútiles; pero hay de cosas a cosas. Por ejemplo, el autor de “Santa Lucía”, ese éxito del 82, el argentino Roque Narvaja, nació el mismo día que mi hijo. También Bertold Bretch, pero exactamente 100 años antes. Eso lo supe mucho después claro, pero son datos inútiles como padre, a menos que el hijo en cuestión se interese algún día por el teatro alemán o por la música argentina de los 80. Con todo, Ernesto tiene otros datos no sé qué tan útiles en su cabeza: a sus seis años, identifica por su nombre la fotografía de poco más de 10 actores políticos nacionales y a uno que otro de otro país como Hugo Chávez y Felipe Pérez Roque; se sabe de memoria al menos 75 capitales del mundo gracias a que su mamá inventó un memorama con tarjetas que por un lado llevan la capital y por el otro el país. Con todo, Inti no sabe nada de Fito Páez ni de los Enanos. Qué le vamos a hacer.
Te amo porque te conozco
Ahora quiero saber, indagar, preguntar qué es la paternidad. Mis posibles respuestas tienen que ver con la responsabilidad y con al amor, pero a diferencia de las mujeres, creo que los padres tenemos un acercamiento muy distinto, más lento, vivido en todo caso a través de una tercera persona como lo es la madre. Pues es la madre de nuestros hijos la parte visible del inicio de esa paternidad. Entonces hay que crear un camino personal y más directo de aproximarse y de vivir a los hijos, de padre a hijos; esa es la construcción y el reto a emprender. La memoria nos hace un poco inútiles, pero no es inútil. Será en todo caso selectiva, por ello sólo cada uno de los hijos sabrá qué cosas guardaron de su padre.

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