domingo, 30 de agosto de 2015

Miguel Fartúa

A principios del 2003, en el Distrito Federal, me reencontré con Miguel Fartúa que estaba pasando por un mal momento. Lo supe al verlo en el Metro y después cómo se iba, deambulando.
Tres días después lo volví a encontrar en la Alameda, frente a Bellas Artes y me dijo que tenía varios días perdido. Quise entender que perdido significaba perdido en la ciudad, pero no. Estaba perdido en sí mismo.
Me dijo que al día siguiente se iría de la ciudad. "¿A dónde?", le pregunté.

—No lo sé —me contestó—, quizá a Marruecos.
—¿A Marrurecos?
—Sí, el sábado sale un barco desde Veracruz y traigo lo justo para llegar allá.
—¿No es un viaje muy largo?
—Veintíún días.
—¿Pero qué hay en Marruecos?
—Nada. Es la ruta más sencilla para cruzar a España.
—¿Quieres irte a España?
—Si no me voy a Europa, me iré una temporada a mi tierra.
—¿Tienes para el pasaje?
—Me voy de aventón, así como el viaje en barco, pero en menos tiempo.

A principios de abril me escribió un correo electrónico. Me decía que había llegado a su tierra y que pasaría una temporada antes de irse a Europa. No me volvió a escribir, pero hasta donde supe, se quedó allá, trabajando y cosiendo sus partes bajo un calor escandaloso.

No supe si cumplió su sueño, lo que sí encontré en internet, fueron fragmentos de lo que escribía. Me di cuenta que se fue recomponiendo por medio de la escritura, que seguía siendo un tanto dado al drama, pero con una constante: siempre hablaba de pérdidas.

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