“El 12 de septiembre de 1995, Francois
Chaumont, pintor de profesión con 25 años en el oficio, recibió por correo los
resultados de su examen médico, con el sello de saludable, así como un
documento de la Compañía de limpieza ‘La Mondiale’ constatando su inmunidad al
vértigo. Su misión, junto a otras 117 personas, era pintar la Torre Eiffel con
sus 316 metros de la base a la punta.
“Para
el caso se necesitarían 18 mil 500 galones de pintura anaranjada, 234 overoles
como los que usan los mecánicos de aviones, 150 pistolas de aire para pintura,
635 brochas, y un helicóptero.
“Monsieur
Chaumont tuvo el dudoso privilegio de ser quien pintara el extremo de la Torre,
colgado del helicóptero, y televisado en vivo a 35 países del mundo el día que
concluyeron los trabajos, es decir, el domingo 21 de mayo de 1996 a la 1:30 de
la tarde.
“Ese
día, al tiempo que comenzaba la transmisión, un reportero explicaba los
preparativos, mientras al fondo no podía distinguirse a Monsieur Chaumont
porque estaba abrumado de técnicos que le ajustaban el traje y los tirantes, en
un pequeño tumulto que le hormigueaba
todo el cuerpo en cada procedimiento de seguridad.
“Luego,
todos se separaron de Chaumont y subió al helicóptero. Otra cámara captó la
sonrisa del piloto de lentes oscuros que ascendía, con el pulgar derecho
alzado, hasta perderse su rostro entre el viento que aplastaba a los
técnicos en su ascenso vertical
junto a la Torre.
“Lo
que Chaumont no imaginó fue que ésa sería la
primera y la última vez que volara en helicóptero.
“No
fue el único en perder la vida: su madre, madame Loraine, que acababa de
cumplir 78 años de edad, sufrió un infarto en su apartamento en Fontainblue, a
10 Kilómetros de ahí, sentada en su sofá frente al televisor.
“Bajo
el helicóptero, el arnés que sujetaba el cinturón de Chaumont se abrió, y el
pintor cayó al vacío al estar pintando los últimos dos metros de la Torre. Su
madre se estremeció al verlo soltarse del helicóptero y caer, primero contra un
travesaño, y seguir cayendo mutilado en tres, luego en cinco, luego en muchas
partes, dejando salpicaduras rojas, y cayendo sólo la bolsa reventada de sus
ropas, hecha una piltrafa, contra el
suelo.
“Se
habló mucho del accidente, que pobre hombre y todo eso. Lo dijeron los diarios
y se dijo en las platicas de café: fue lamentable, una tragedia. Sus 117
compañeros reunieron fondos con el fin de homenajearlo como ´El Primer Pintor de la Torre Eiffel´”
—Ayer
Chaumont cumplió tres meses de muerto, amigo –escucho decir a alguien a un lado
mío en la barra, una voz que interrumpe mi lectura–. Y en mi memoria ronda aún el fantasma del
sabotaje”.
—No
le sé decir, compadre, –le replico–. Los pilotos no tenemos muy buena
memoria.
Taller de
recuerdos museo de porvenires, febrero,
1995.
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