martes, 30 de diciembre de 2014

Señor, no lo olvides



De muy joven, las mujeres en las que más me fijaba eran aquellas con quienes tenía más probabilidad de que no me hicieran caso. No siempre me fue mal, claro. También volé alto y caí de muy alto, pero mi porcentaje de bateo (el que ellas me batearan, se entiende) fue una marca muy alta. Yo le llamo el Síndrome de David Summers.

Hoy, que no me embarco en empresas con sólo esbozos inconstantes y mapas nebulosos, pienso en todas las cartas que escribí, los libros con poemas, incluso las serenatas que llevé, que llevamos.

Aquellas que ya se subieron al barco de un matrimonio –bien llevado, mal llevado, como fuere– ya miran desde otra orilla, ven pasar algunos barcos a lo lejos.

Otras no.

O, como escribió el poeta Marco Antonio Campos:

Señor,
déjame lejos de sus manos,
de la sombra voraz de su ternura.
No permitas que vuelva al mismo sueño.
Pero, señor, –no lo olvides–
haz que se arrepienta de no haberme amado.



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