miércoles, 24 de septiembre de 2014

Los calcetines



I

Cuando un calcetín se pierde, siempre hará falta.

Cuando un calcetín se me pierde, su par lo guardo en un bolsa de Soriana y la meto en un cajón. A veces aparecen, sobre todo cuando no se les busca. Tengo en esa bolsa más de 15 ó 20 piezas solas de colores y texturas diversas. Cada uno de ellos me remite a una época o un hecho o una persona o simplemente la ocasión en que los elegí. Los calcetines sin par están en el purgatorio: no me resigno a desecharlos, ni tampoco les doy un lugar que no les corresponde: la asimetría nos incomodaría a los tres.

El par que conservo duerme el sueño de los justos; el extraviado, está donde se merece.

II

Termino de lavar y comienzo a colgar un bote lleno de calcetines. No me gusta colgar cada par bajo la misma horquilla, así que voy extendiendo cada calcetín por separado hasta ir formando una larga línea. Al llegar a un extremo del tendedero se me cae una horquilla de la mano. Al agacharme a recogerla, mi frente pega cómo un martillo contra la esquina del lavadero. Y caigo hacia atrás chingadamadre, el cielo da vueltas y en ese momento los calcetines se agitan y salen volando libres, hey, esperen.

III

Una recámara. Unas velas.
Una cena especialmente preparada por mí.
La nota no es el alcohol que mi cuerpo no acostumbra,
el vino blanco y muy dulce, sino que esta es LA noche.
(Ella es como ese vino blanco que recorre mi cuerpo).
Mi camisa.
                      su falda
mi pantalón
         sus besos
mis zapatos
        su lengua.
erizados.

Sus botas lentas:
una,
mucho después,
la otra.

Mi dedo gordo sobresale de la punta del calcetín.
y todo se derrumba.

Enciendo un cigarro.




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