domingo, 24 de agosto de 2014

El negro se confiesa




Dentro del argot editorial, Negro es la persona que escribe por encargo y cuyo nombre no aparece en los créditos. Ha sido un oficio muy antiguo y en décadas recientes se incluye en este “gremio” a guionistas y “asesores” quienes ponen en papel las palabras que otro asumirá como propias.



No voy a justificarme, aunque sé que los que han vivido de escribir para otros, incluso por breve tiempo, tendrán sus propias razones, algunas válidas. Tampoco es algo de lo que me sienta especialmente orgulloso.

Ojalá que mi testimonio alerte contra el fraude curricular, y prevalezca siempre la honestidad al realizar cualquier trabajo académico, aunque como dice Gabriel Zaid,
“Nada garantiza que las precauciones funcionen, porque las credenciales pueden ser falsas. Peor aún: el proceso de avalar acaba distorsionando muchas cosas. La educación debería concentrarse en la educación, pero tiende a volverse un negocio credencialero. Los premios dejan de ser una fiesta que celebra lo mejor para convertirse en capital curricular”

Era estudiante de séptimo semestre de Letras Españolas, una carrera que ya no existe. Tenía dos años de casado y un bebé de cuatro meses. No es justificación, es sólo de contexto.

Buscando chamba encontré que necesitaban a alguien que supiera de redacción. Me presenté y firmé un contrato en donde decía que cedía mis derechos por el trabajo que entregara. El contrato era bastante específico.

El acuerdo incluía redactar 40 cuartillas en un turno de ocho horas, a 2.60 pesos por cuartilla, es decir, 104 pesos diarios. En mis condiciones, ganar 3 mil 120 pesos mensuales era poco, pero hacerlo por escribir tenía un significado especial –habla el aspirante a escritor–, y para ser sincero, en parte de ahí comimos los tres por varios meses.

El pequeño detalle, y fue algo en lo que pensé durante varios días y noche, era que el negocio para el que trabajaba se dedicaba a elaborar trabajos académicos sobre pedido, ensayos, tesis, reportes de lectura, cualquier tipo de trabajo escrito y para entregar.

Eso me dio bronca por días, no muchos, mas el hecho de ser apto para un trabajo así esponjaba mi vanidad. Toda esta idea de vivir de lo que escribes, etcétera, fue mucho tiempo antes de que un amigo me compartiera el término “escritores venales”, aquellos a los que se les paga por escribir. Entiendo que el término no es en mal plan, pero a mí me sigue sonando a acusación.

El negocio se dedicaba a elaborar trabajos académicos sobre pedido
Meses más tarde, cuando el dueño del negocio fue mencionado en un reportaje de investigación en la televisión local, escuché por primera vez la expresión “fraude académico”. Pero eso vino después.

El trabajo

Cuando un cliente llegaba, se le preguntaba de qué escuela o universidad venía, qué tipo de trabajo necesitaba y, muy importante, para cuándo requería el trabajo. Si se trataba de reportes de lectura, cinco, uno para cada miembro del equipo y todos distintos, y lo necesitaba para dentro de dos días, entonces se comenzaba a trabajar de inmediato.
Se llenaba una forma con datos preestablecidos, nombre, especificaciones, tiempo de entrega, etcétera. Eso sí, nunca se entregaba el trabajo si no estaba pagado.

Sé que era un encargo a veces penoso para quien lo ordenaba, porque implicaba que no quería o no podía hacerse cargo de la metodología, de investigar (aún no se usaba el internet, y el correo electrónico era una curiosidad de algunos cuantos), porque no tenía el tiempo.

Me tocó ver pasar a alumnos normalistas (muchos de ellos foráneos, con su mirada en el escalafón magisterial), pero también a estudiantes de otras licenciaturas, de universidades públicas y privadas, profesores que estudiaban una maestría los sábados, maestros universitarios, todos ellos podían pagar.

Como nunca fui lo que se dice muy veloz con el teclado, me preguntaba cómo habría de redactar finalmente 40 cuartillas diarias, que eran las que me pedían. Calculé el tiempo para tomar nota y ya no se diga leer.

El misterio me fue revelado: Tendría que leer otros trabajos, documentos, tesis, libros de pedagogía, etcétera y casi de manera simultánea, ir grabando en un minigrabadora la redacción lo más fielmente posible a como se esperaba el trabajo final, incluyendo cambio de párrafo, notas al pie, nombres de capítulo, todo expresado con palabras.

Otra persona, veloz mecanógrafa, redactaría el documento final.

Siendo sincero, nunca alcancé las 40 cuartillas diarias, y siempre me las pagaron completas. Y si una vez creí que aquello era dificilísimo de lograr, me bastaba ver al  propietario del negocio, capaz de producir 60 cuartillas en un turno, nomás deteniéndose para cambiar de minicassette.

Con este método una tesis de licenciatura podía estar lista en dos días, o tres días máximo, a un precio aproximado de 7 mil 500 pesos, dependiendo del cliente y de la escuela. Yo no ganaba eso en dos meses. Claro, que era muy raro un cliente así, la mayoría de los tesistas encargaban el trabajo de a un capítulo por mes, o cada tres semanas, y así como se la iban aprobando y haciéndole correcciones, así iban pagando. Abonos chiquitos.

Si algo tenía de sobresaliente el patrón y dueño de la empresa era su habilidad para negociar y para ganar dinero, y su capacidad para enfocarse y producir cuartilla tras cuartilla.

En la oficina había una pieza para una biblioteca con unos dos mil títulos. Ahí estaban Vigotsky, Piaget, caballos de batalla, también Freud, enciclopedias, antologías y textos de historia. Educación, Psicología, Pedagogía, Metodología. El objetivo no era el conocimiento, sino ser eficientes y productivos.

Cuando un nuevo trabajo comenzaba había que trazar las medidas de la cancha, los límites del terreno con capítulos, temas, marco conceptual, etcétera. Leer a vuelapájaro párrafos, sosteniendo con la otra mano la grabadora. Los cuatro periodos del desarrollo cognitivo según Piaget son, dos puntos, sensoriomotor, coma, preoperacional, coma, operaciones concretas, coma, y operaciones formales, punto y aparte.

Los párrafos brotaban en dictado solitario en aquella maquila de redacción académica. Todo era redacción nueva, no se podría decir que había plagio.

¿Cómo que plagio?

El razonamiento del negocio era sencillo. Cualquiera podría pararse en una esquina ofreciendo un producto, un libro, un juego de hojas, una tesis encuadernada, y lo que hiciera cada persona con el objeto comprado —y ningún objeto de estos aparecía en el Código Penal— era asunto de cada quien. Así que bajo esta lógica, el fraude académico lo cometía quien presentaba un trabajo ajeno ante la escuela, no quien lo elaboraba.

Decía que fraude académico lo escuché después por televisión.

Ya había dejado de trabajar en el negocio de las tesis, y ahora era redactor de noticias en una televisora. Un compañero que hacía reportajes de investigación encontró un anuncio sobre “asesorías” que le pareció extraño. Me la mostró. La dirección era la misma en donde yo había trabajado. “Investiga por tu cuenta si quieres”, le dije. Y claro que lo hizo. Era demasiado serio y lo suficientemente independiente como para no hacer un trabajo bien hecho.

Fue y grabó de manera oculta por medio de una compañera que se hizo pasar por clienta. Ella hizo todas las preguntas, fingiendo no saber nada, pero también fingiendo que le urgía que la “asesoraran” para terminar su tesis. Escuché la grabación en la redacción del noticiero. Mi compañero periodista había obtenido información, pruebas. Las preguntas, y sobre todo las respuestas, estaban en la grabación. Quedó registrado incluso hasta el “pendeja”, que le dedicó él cuando la “clienta” había cruzado ya la puerta.

El reportero buscó luego la versión del dueño, quien era el que atendía. Le pidió su versión diciendo que estaba haciendo un trabajo en donde se le mencionaba, pero el otro se negó a hablar. “Hazle como quieras”, le contestó, pero la versión ya la tenía.

Un lunes, el mejor día para sacar los reportajes fuertes porque se tiene toda la semana para darle vuelo, se transmitió la investigación. La noticia cayó tan fuerte que incluso al rector de la universidad se le pidió su versión y salió a responder, dijo que se investigaría cualquier fraude académico. La televisora de la competencia también se subió y buscó a especialistas. Algunos medios estaban escandalizados.

La nota entró en un callejón sin salida porque se manejó como plagio, y nadie estaba plagiando nada. El tema era el fraude, lo cual difícilmente se podía comprobar.

El dueño del negocio me dejó un recado en casa de mis padres, en la creencia fundada de que yo “le había mandado un reportero”. Pero una cosa era que fuera un explotador y otra que uno lo quisiera perjudicar. Mi expatrón, quien siempre estaba inscrito y cursando algún curso, diplomado o maestría, dejó de ir a los lugares en donde tomaba clases.
Con el tiempo me quedé en el terreno de la redacción y de los medios impresos. Él ahora tiene un doctorado, creó una universidad, y sigue en el negocio de la academia.


*Este negro fue redactor de noticias y en los últimos 10 años, editor de publicaciones. Su correo es yadivia@hotmail.com

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