martes, 5 de agosto de 2014

Celso Piña, un rebelde en Ensenada





Desde mucho antes de que el boleto para una tocada con Celso Piña costara mil pesos, la música vallenata ha sido un ritmo asociado a la marginación de los barrios más pobres en su ciudad natal, Monterrey.

Desde los años 50, este ritmo llegó de Colombia a través de discos de acetato vía Miami, Houston y el DF a las manos de quienes los reproducían públicamente en tornamesas en las calles de la colonia Independencia y su zona aledaña, el Cerro de la Campana, un sector de migrantes, la mayoría de ellos originarios de San Luis Potosí y asentados en las primeras décadas del siglo 20.

Así se conoció en La Campana la música de los colombianos Aníbal Velásquez, Alfredo Gutiérrez, Lizandro Meza y de Los corraleros del Majagual, cuyos discos se oían a todo volumen los fines de semana en las calles. En una colonia contigua a la Independencia, en la Nuevo Repueblo, nació Celso Piña Arvizu el 6 de abril de 1953, primógenito de nueve hijos.

II
Desde la primera canción que interpretó, Macondo, la mayoría de los aproximadamente 300 asistentes comenzaron a bailar, y no se sentaron en todo el concierto. Muchos vestidos con ropa clara, algunos con sombrero. Estamos en Barón Balché, un viñedo al fondo del poblado El Porvenir, en el Valle de Guadalupe y el reloj marca las 9:41 de la noche de este sábado 2 de agosto. Celso saluda: “Muchas gracias por haber venido, me da mucho gusto estar esta noche con ustedes”.

El público lo ovaciona, disfruta del vino y de una noche tibia que por momentos amenazó con lluvia. El inicio del concierto estaba anunciado para las 8:00 de la noche, pero bastó que el músico regiomontano y su grupo, la Ronda Bogotá, subieran al escenario para que todo mundo le festejara, le aplaudiera.

Natural, sencillo y directo, casi siempre bromista, atendió a los medios de comunicación previo al concierto.  ¿Vino o cerveza? Se le pregunta. Tequila, contesta a botepronto y sonríe. Sus respuestas suenan inocentes. En la charla recuerda su amistad con el desaparecido Gabriel García Márquez. “Muchos escritores me han ofrecido comprarme el libro que mi amigo el Gabo me dedicó, pero no lo pienso vender nunca, así me esté muriendo de hambre, ese libro es invaluable”. Y no es para menos; de su puño y letra, el nobel colombiano se declara  hincha –fan– de Celso.


III

García Márquez dijo una vez de su obra Cien años de soledad que se trataba “de un vallenato de 350 páginas”.  La novela sirvió de inspiración para la canción Macondo, compuesta por el peruano Daniel Camino Diez y popularizada por Oscar Chávez. Celso Piña la grabó en 1999 y años después, en el 2004, conoció en Monterrey al escritor colombiano.

Sobre el vallenato –contracción de natural de Valledupar— en Monterrey, el sociólogo José Antonio Olvera Gudiño afirma: “No he visto en otro lugar esa pasión con la que se defiende el gusto, con la que se vive la música, donde la música juega un papel muy importante en la configuración de la identidad de la gente”.

“En el caso del vallenato”, dice, “hay tres instrumentos fundamentales:  los instrumentos de raspamiento como la guacharaca, que tiene influencia indígena; el acordeón, que se identifica como un instrumento europeo, y la caja, que se le identifica como un instrumento africano”.         


IV

A Celso le habría gustado estudiar Veterinaria, pero desde muy pequeño se vio obligado a trabajar. Fue repartidor de una tortillería, tendero, trabajó en un taller de repujado y con sus tíos dando mantenimiento a casas en colonias acomodadas de Monterrey

En el Hospital Infantil, un nosocomio en la misma colonia Independencia, trabajó como auxiliar de intendencia. En esa época, a mediados de la década de los setenta, se interesó más por la música y con el apoyo de su padre, don Isaac Piña, comenzó a aprender de manera autodidacta a tocar el acordeón.

“Música es música” es uno de sus lemas, y en ese entendido su carrera lo ha llevado a recorrer Polonia, Dinamarca, España, Alemania y constantemente Estados Unidos y Sudamérica. Aunque en muchos hay poco o ningún hispanohablante, a él no le importa. “Porque música es música, compadre”, dice. El sábado en Barón Balché, dijo: “No importa cómo bailen las cumbias colombianas, mientras las bailen como las sientan”. Sí, música es música.

En una entrevista le preguntaron que de qué parte de Colombia era. Él contestó: “Pues no sé de qué parte de Colombia soy, pero nací en Monterrey”. Paradójicamente, conoció aquel país sudamericano de manera tardía. Su llegada a Barranquilla, el 27 de enero del 2010 fue tan simbólica para él, que escribió la canción “El viaje”, publicada en su disco más reciente. 


V

Al filo de las 11:00 de la noche, Celso Piña se despide del escenario. Y como la ovación del público le pedía la clásica “otra”, regresa. “Con ustedes no me puedo hacer del rogar”, dice con una sonrisa, toma el acordeón e interpreta Alicia Adorada.

No importa cuántos países haya visitado, cuántos reconocimientos haya recibido y cuántos duetos con artistas de renombre haya grabado, Celso Piña sigue siendo el hombre natural y espontáneo que empezó a tocar de oído y que grabó su primer disco en 1983. No queda duda que Celso vive para la música.



En Barón Balché tocó:
Macondo
Cumbia Sampuesana
Reina de Cumbias
Aunque no sea conmigo
Los Gavilanes
Cumbia Arenosa
Cumbia Cienaguera
Cumbia de la Paz

Alicia Adorada

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