sábado, 4 de enero de 2014

Vino blanco, luna roja

Dos cosas. Primero, no diré mi nombre, segundo, contaré lo que hago a sabiendas de que posiblemente provoque un escándalo en las mentes civilizadas y racionales que con una mano las dan y con otra las reciben.

Mi nombre no lo mencionó por razones obvias. Y en cuanto a lo segundo, yo no mato ni por dinero ni por droga. Si gustan verlo así, lo hago por venganza.

En estas calles todos los días muere alguien con olor a alcohol, a semen o con la nariz mormada de polvo blanco. También está de moda morir rociado de plomo o encajuelado en un silencio de tres días, sepulcral y maldito.

Pero antes de seguir tienen que ver lo que yo vi, lo que viví un día, hace muchos años en el que el tiempo se acabó para siempre, en que fue un hoyo negro como una explosión en la que todo desaparece. En realidad no lo vi yo, sino el niño de cinco años que hace un siglo dejé de ser. Esto que digo es literal, pues envejecí de golpe cuando se cerró la puerta y me dejaron solo para siempre. Solo con mi madre.

O con lo que habían hecho "de" ella.

Yo estaba en el clóset. Habría corrido la misma suerte. Me cagué y me oriné como lo hice por muchos años y muchas noches después. Eran dos. Ahora estoy viendo sus manos, los músculos de sus manos sobre la piel de mi madre. Cuando se cansaron usaron también una botella. La abofetearon.

Después, no supe de ella. Crecí en el hogar de niños. Ahí soñé sus gritos. Viví otras cosas. Pero lo peor ya había pasado.

O quizá siempre estuvo presente.

*

El primer paso es comenzar. Obvio. Pero comenzar significa ser cuidadoso, conocer cuáles son las debilidades del tipo en cuestión, qué lugares frecuenta. Incluso se les puede clasificar de acuerdo a sus prioridades. Los hay que les da por sólo por el alcohol, o sólo por las mujeres, o por meterse cosas. Y los hay combinados. Pero todos sufren por algo, algo que pronto no será "nada".
Me gustaría tanto que me vieran sonreír.

Hay unos que con la mera insinuación comienzan a llorar a implorar y a pedir. Otros simplemente sufren un accidente. Vamos, hay de todo. Pero los peores son los hombres que poseen muchos bienes, mucho dinero; con ellos es un poquito más complicado porque les importan más las apariencias y tienen a la mujer bien atada.
Dije mujer, no dije esposa.

Conocí a uno que se jactaba de no haber pisado la cárcel gracias a sus influencias. Bebí con él, nos fuimos a un antro, el mejor que he pisado en mi vida. Y sí, me reí, me reí mucho, pero por dentro pensaba. Pensaba en la cara que pondría. Pensaba y planeaba. Ya no vi su cara.
Ah, otra cosa. Procuro guardar una foto.

¿Que cuál es el objetivo?

El dolor. O el placer, dependiendo de qué lado estés parado.

Sí, ya sé. Sé que a estas alturas las mentes civilizadas y racionales, esas mentes que fueron a la universidad o que fueron sólo a la primaria, esas mentes que pisan alfombra o que pisan el lodo de su casa, esas mentes racionales que miran futbol los domingos y cuya mujer es un costal o en el mejor de los casos una vaca que se atraviesa por la casa, esas mentes civilizadas estarán pensando lo peor de mí, un ser criminal, un ser indigno, un animal suelto en la calle. Pero no me importa. No me importa. ¿Lo ven? No me importa.

*

Hay un caso que requiere toda mi atención. Sólo diré que es policía y que cuando se enteraron lo dieron de baja. Su esposa lo perdonó, pero nosotros no.
¿Acabo de decir nosotros?

*

No creo en las leyes.
Quiero que me vean tomar este vaso de vino, es vino blanco.

Creo en el dolor que purifica.

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