jueves, 31 de octubre de 2013

Noche de disfraces

Clarisa decidió los disfraces. Ella sería una Diabla con cola y cuernos y él un vampiro de postín.
El maquillaje parecía un poco exagerado, pero después de todo para ella era un gusto que en esta etapa de su vida quería darse, sin pensar, para qué, en las opiniones de los demás.

Se pondrían el disfraz en casa, irían los tres a cenar caminando un rato por la ciudad y estarían de regreso a eso de las once.

Como Clarisa no trabajaba al día siguiente, pues Administración no abría los sábados, tendría el fin de semana para pensar en su obra.

Javier llegó cerca de las cinco, besó en la mejilla a Clarisa y entró a cambiarse. El vampiro estuvo listo en 30 minutos, incluidos los colmillos y gel en el pelo. La Diabla era una modelo, no por su figura espigada, claro, pues delgada no era, sino porque su falda era a la medida y porque su escote no muy pronunciado, seguramente provocaría miradas muy diablas. Clarisa sonrió al espejo. Se sentía alegre.

Cuando Javier la vio retocándose el maquillaje pensó que estaría dispuesto a engañarse más tiempo, pero desechó la idea ante la revolución de estarla observando y ante la prisa por salir.

Para que el cuadro estuviera completo faltaba el pequeño Roberto, a quien lo trajeron más tarde. Su disfraz de pez vela era sencillo y Clarisa lo tuvo listo en un dos por tres. Más tarde, ella y Javier se tomarían la primera foto de la noche cargando al niño. La primera, de 25, que subiría esa noche al feis.

En el trayecto en coche::

¿Adonde quedamos, entonces? –preguntó Clarisa, al volante.
Claro, ya sabes, si le gusta a Roberto me gusta a mí, ¿verdad, muchacho?

Durante la cena —pizza, pastel, refresco, dulces para el niño— no faltaron las fotos. A los tres se les veía felices. Se retrataron de muchas formas: abrazados, posando con Robertito, junto al pastel, corriendo tras el pequeño, con otros niños igualmente vestidos.

Esta es una de la noches de disfraces que más me ha gustado, –dijo Clarisa un momento antes de llevarse a la boca un trozo de pastel.

A mí también, te lo confieso. Para mí esto no es trabajo.
Pero sí me vas a cobrar ¿verdad? –era más una advertencia que una pregunta.
Estabienestabien –Javier no quería discutir el tema– como quedamos.

Poco después de las 10:00 salieron a caminar en los alrededores del restaurante, regresaron al carro y llevaron a Robertito a su casa. Sus papás ya habían regresado del cine y Mireya, la mamá de Robertito ya había marcado dos veces durante la cena. Todo estaba bien.

En la puerta de la casa de ella:

Gracias por todo, Javier, –y le extendió un sobre que él titubeó en recibir.

Al menos fue una Noche de Disfraces, –comentó él mientras se separaba del beso de despedida.


Me saludas a tu esposa –le dijo Clarisa al cerrar la puerta.