domingo, 9 de junio de 2013

Sara, 8 de junio

A las 5:00 de la tarde de hoy pero hace exactamente 11 años me despedí de Sara en el aeropuerto de la ciudad de México; ella regresaba a Barcelona luego de un año de vivir en el DF y yo volvía al departamento al que ella me ayudó a llegar en la colonia Tlaxpana.
No es un arte fácil prometer, cantaba Miguel Bosé, y esa tarde no nos prometimos, sino que hicimos planes para vernos el próximo diciembre, en su tierra, allá, lejos.
El amor se cuece lento, a veces más lento de lo que uno desea, pero los ardores no nos permiten darnos cuenta, y creemos que ya está cocido cuando no. Volví a mi vida en el DF.
Me di cuenta que ella, en su persona, nada tenía que ver con los arrebatos que desde entonces y para siempre asocié con la sangre latinoamericana, arrebatos para bien y arrebatos para mal, para las escenas y para la supuesta, fingida, mexicana indiferencia;
 arrebatos para hacer las cosas sin pensarlas mucho. El corazón y el cerebro funcionan a la par, pero esas jugadas de pizarrón yo no las veía en el terreno.
“Te elegí, te quiero como mi amigo. Y te quiero en mi vida”, me dijo Sara, con ese acento catalán que hacía mucho tiempo había besado; me dijo, y más claro no se podía. Si algo tienen ciertos extranjeros y muy pocos mexicanos, es decir las cosas en plata pura y dura, y perdón pero con eso no podemos, por eso y por sentirme culpable por no aguantar la distancia desde aquel 8 de junio en la tarde que se fue, se me enjugaron un poco los ojos. Esto no fue en el DF ni en Monterrey ni mucho menos en Ensenada, fue en un vagón del Tren de Cercanías entre Barcelona y Vilanova la tarde del 24 de octubre del 2008. 
No es un arte fácil prometer, pero cumplí. Contra todos los pronósticos nos volvimos a ver.

"Te quiero", aún hoy nos despedimos así. 

Desde entonces, no me gusta prometer.




La foto de arriba, el lente apunta hacia el sur. Es una vista desde el tren de cercanías camino a Vilanova i la Geltrú, la foto es en esa misma población, frente a la playa.