domingo, 24 de febrero de 2013

Diario íntimo de un esposo

Observe las obsesiones de su mujer respecto a la casa, y respételas, no las critique, y si puede colaborar mucho mejor. Escuche sin juzgar (no abra la boca y diga "tus obsesiones...") todo lo que tiene que decir ella al respecto, recuerde que la mitad de las veces no es personal, y la otra mitad le dirá sus verdades, pero esto tampoco es personal. Si para usted es un sitio de descanso y relajación, para ella es una extensión de su cuerpo, así que sea considerado.

Que vivan las mujeres


Desde hace muchos años he sentido una profunda curiosidad por la manera en que las mujeres crecen, se relacionan y en general ven el mundo. Son tan complejas, pero tan indispensables que se les califica, etiqueta, enaltece, y se les trata primero como mujeres que como seres humanos, es decir, con frecuencia como nuestra cultura nos dicta
—conforme a su estado civil y aspecto físico— antes que como a seres iguales y distintos y sobre todo, como a seres autónomos y con capacidad plena para decidir sobre sí mismas.

Sobre estos temas me he encontrado con puntos de vista que se pueden englobar en dos grandes bloques, quienes piensan que ser mujer se nace, y los que piensan que ser mujer se hace, se construye.

Quienes se identifican con la primera idea enfatizan más bien en que existe una naturaleza femenina de donde se desprende un rol que cumplen, o deben cumplir en la sociedad. Este rol estaría ligado a la maternidad, la familia y en general al ámbito de lo privado, y por ello, su “naturaleza femenina” y ningún otro factor les señalará que uno de sus papeles es velar por el bienestar de su entorno, incluso antes que velar por sí misma.

Quienes nos inclinamos más por la segunda idea, pensamos que las mujeres comparten desde temprano un diálogo con la naturaleza, y que dentro de la sociedad la mujer se va construyendo hasta que, finalmente, se pone al servicio de lo que se espera de ella. Claro, en muchos casos con plena libertad, pero casualmente, eligen libremente ser para los otros y no salirse de las expectativas que se tienen de ellas.

Bien, no estoy afirmando que deban ir contra la corriente y rebelarse ante todo lo establecido, no. Señalo que es muy común que se enfermen por perder contacto con su psique más íntima, la que les da fuerza y vigor.

Clarissa Pinkola Estés, doctora en Psicología Etnoclínica, le llama Mujer Salvaje, pues dice que esas dos palabras accionan el llamar a la puerta de la profunda psique femenina. “Cualquiera que sea la cultura que haya influido en una mujer, ésta comprende intuitivamente las palabras ‘mujer’ y ‘salvaje’”.

Cuando se pierde contacto con esta parte de la psique aparecen algunos trastornos que según la autora de Mujeres que corren con los lobos, se reflejan en síntomas que conducen a comportamientos, pensamientos y emociones que ella describe con un lenguaje también femenino: “Sentirse extremadamente seca, fatigada, frágil, deprimida, confusa, amordazada, apática hasta el extremo. Sentirse asustada, lisiada o débil, temor a reaccionar con agresividad cuando ya no queda más qué hacer, perder la energía en presencia de proyectos creativos”.

Pero, al parecer, estos síntomas que me parecen mucho más comunes de lo que todos nos imaginamos, tienen que ver con lo que consideramos importante hablar y lo que no. Los “grandes temas” son los inventos, descubrimientos, investigaciones, decisiones políticas, reformas y leyes, pero no los de índole doméstica —que al final de cuentas, habrá quién lo haga—. Esos no son “tema”, sino que son el paréntesis entre dos mujeres en la reunión.

“El modo de pensar predominante hace que, en nuestra manera de ver y entender el mundo y la vida, la historia y la cultura sólo deban conocerse desde fuera del hogar, es decir, en la vida pública y en los grandes momentos”, señala Sara Sefcovich en el libro ¿Son mejores las mujeres?

Atender el aspecto doméstico y privado a la par que el público, y muy especialmente dejar de objetalizar a las mujeres es algo que cualquier persona de cualquier género puede hacer, porque la idea de que ellas deben ocupar un segundo plano es susceptible de enraizarse en cualquiera, independientemente de su género. Y entonces sí, que vivan las mujeres.