sábado, 18 de agosto de 2012

El conocimiento no tiene dueño

Son pocas cosas las que tengo en contra de la educación formal, pero no quiero hablar mucho de los beneficios del sistema educativo establecido, de momento sólo diré que entre más se dediquen a educar, a formar, a transmitir conocimientos y dar una preparación será mucho mejor.
No detallemos que los maestros que valen realmente la pena son uno de cada 20, o de cada 50, y que si a eso le aunamos a que uno como alumno quiere obtener el papelito cuanto antes, entonces la escuela se vuelve un trámite, a veces caro en tiempo o en dinero, pero un trámite necesario al fin y al cabo.
No más de tres maestros extraordinarios solemos tener en nuestro periodo de estudios formales, a menudo es uno el que nos marcó. Pero, ¿quién determina que los estudios formales deben ser los de mayor aprendizaje?¿Así lo entendemos porque al final nos darán un documento que lo acredite?¿Nuestros maestros son sólo aquellos que nos dan o nos dieron clases en un aula?En los últimos años he estado atento a dos fuentes de conocimiento (parto de una premisa básica para mí y ésta es que el conocimiento no tiene dueño). 


1. Los autodidactas. Conozco a dos personas con una profunda pasión por la lectura, Lulú y Aarón. Ambos tienen varias características en común además del goce por la literatura: buena memoria, una capacidad y velocidad de lectura tan potente como tan de todo terreno, y otro detallito que siempre me ha llamado la atención porque para mí contrasta de una manera curiosa: no tienen una carrera universitaria. 
El autodidactismo es una modalidad de aprendizaje, si bien no reconocida por ninguna institución en México, permite no trabajar una sola parcela de conocimiento por la que te darán una pala y un azadón, y que al final de cuentas te dará de comer, sino que te permite jalar pal monte y detenerte en las yerbitas más sabrosas, o en las uvas que están en su punto, o cortar unas lechugas y hacer una ensalada. En una palabra te ofrece esa sensación de libertad de que agarres lo que gustes.
A la manera de Esteban Jales, ese inquieto bato gringo que no terminó su carrera y vino a poner un changarro de computadoras con la calcamonía de una manzana, del mismo modo el autodidactismo otorga herramientas —venidas algunas por el azar o la intuición— a quien se atreva a husmear y a perder su tiempo para darse cuenta que simplemente está gozando por conocer y comprender algo que antes no sabía. Sólo una anotación final en esta parte: decía Alberto Einstein que la imaginación era más importante que el conocimiento, y decía otro muchacho cuyo nombre no recuerdo, que en arte son más importantes las conexiones que la producción de objetos. 
Así veo yo el conocimiento, como elementos orientadores e inspiradores para la producción propia, para la generatividad o para una mejor y más humana vida.

2. Las pláticas informales. No sé cómo llamarle al momento en que te encuentras con una persona, conocida o desconocida, y durante la plática te suelta un autor, un libro, una película, un artista, en todo caso es una referencia que en tu vida habías oído pero que te deja pensando. En esa plática informal se da un microcontagio que te deja una ronchita. Cristina es una chica que trabaja en mi mismo centro de trabajo, por su profesión y por mi trabajo un día platicando salió a la charla el nombre de Lacan. Me contó dos o tres detalles que me dejaron picado. me dio su opinión y le dije mis impresiones. Total que se dicen muchas cosas de Lacan pero quiero saber qué dijo este hombre que se proclama, dice Cristina, como freudiano. A ver si es cierto.
Esta plática del Lacan freudiano la tuve ayer. Fue una plática informal de 10 o 15 minutos en la que el motivo de su visita no fue, por supuesto, Lacan. Este tipo de encuentros los tengo en promedio unas dos o tres veces por semana, a veces más. Por lo general duran menos de 10 minutos, pero todas tienen en común que me mencionan un dato que yo no sabía. Lo mencionan pero no significa que después de eso ya lo sé, sino que me dejan con la cochina —y bendita—duda.

Hace un buen tiempo fui a una presentación no de un libro, sino de un sitio de internet pero la presentación era igual a las presentaciones de libro. Me acuerdo que era el sitio yosexual.com, y al final, platiqué con Josefina, en la charla salió el nombre de Robert Bly, un ensayista y poeta norteamericano estudioso de una nueva manera de entender las masculinidades. Buscando algo de Bly (d estos hace hará unos cinco años) di con Eloy Arenas, con su Machistas anónimos, luego el hallazgo de El nuevo sexo débil, de Enrique Gil-Calvo (a quien por cierto contacté por correo y me acaba de mandar un capítulo inédito de su siguiente libro, y me permitió reproducirlo en la revista que edito). Volví a buscar algo de Robert Bly, pero se me atravesó una joyita escrita por Sam Keen acerca del proceso masculino para su plena realización, se trata de la intorducción al libro Ser Hombre: mitos y claves de la masculinidad.
Bueno, todo esto son ejemplos de lo que puede resultar de las pláticas informales. Baste parar las antenas para captar la señal y, como muestra una vez más el libro de Sam Keen, saber hacer las preguntas adecuadas.


1 comentario:

  1. Hola, Gerardo. Me gustó mucho este post. Lástima que ya no coordines el taller de Milenio, porque sí se siente que hace falta un verdadero moderador.

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