viernes, 7 de enero de 2011

¿Y a ti, te gusta leer?

"¿Y cuántos libros lees en un año?", me preguntó un próspero amigo ingeniero en una reunión de Año nuevo. La hielera aún con la mitad de cerveza, la carne asada esparciendo su olor por todo el patio, la música de Pesado desde la sala.
"No sé", le contesté. Pensé en darle un número, pero no pude establecer una cifra. ¿Veinte, tal vez cincuenta? Ochenta es excesivo, pero quizá treinta o cuarenta. No sé. Soy cuantificador también, como casi todos los varones, pero leer es distinto...

Sí, ahora recuerdo. La última vez que hice un registro de lo que leía fue durante todo el mes de diciembre del 92. Ese invierno me la pasé en cama, leyendo, levantándome sólo a comer y al baño. En un calendario pegado en la pared, a la vista al lado de la cama, iba cruzando el día en que terminaba otro libro. Contaba también cuántas horas tardaba en terminar cada uno.
Así, recuerdo que La Ilíada la acabé en 24 horas de lectura, algo así como día y medio. Y así como terminaba uno comenzaba otro. Debía haber leído de cuatro a seis libros por semana, todos de narrativa.
Pocos años antes, comentaba con Alfonso, el amigo con el que me juntaba en la prepa, algunos de los libros que leía. Un día le regalé un libro, creo que él mismo lo escogió. Al preguntarle días después qué le había parecido me contestó: "Voy en la página 25". Y dos semanas después: "Voy en la página 62". ¡Contaba por la cantidad de páginas! Yo esperaba, no sé, una frase que le hubiera gustado, un comentario cualquiera, un pasaje ¡algo!
Al paso del tiempo me doy cuenta que quien disfruta realmente leer no se fija en la cantidad de páginas, sino en lo que cuenta el libro. Es como si yo entrara a ver una película y estuviera viendo el reloj a cada rato (se ve una película por su género, por los actores, por su director o, en último caso, por estar un rato con la novia).
Hoy, cuando escucho a alguien "voy en la página tal", me da por sospechar que eso de recodar bien la página no es tanto para saber en dónde se quedó (existen separadores de libros y cuadritos de papel sanitario), sino para decirlo en voz alta a alguien en un momento cercano.

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Y así como he visto casos de personas a quienes les interesa la lectura menos de lo que son capaces de reconocer, me vienen a la memoria tres personas a quienes les admiro su capacidad de lectura. Soy más específico: su velocidad, su comprensión y su memoria de lo que han leído.

El primero es mi querido Daniel, quien teniendo un hijo pequeño, una esposa y un trabajo al que tiene que manejar por carretera muchos kilómetros, se da el lujo (y el placer, claro), de empujarse señoras novelas en pocas sesiones. Su pasión por los libros de historia, además, y el prodigio de su memoria, lo han llevado a convertirse en un conferencista sobre los "héroes" históricos de nuestro país. Y no conforme con eso, se da el lujo de publicar exquisitas reseñas razonadas y sensibles en su blog (www.cunadeporqueria.blogspot.com). se entiende que todo esto lo hace por gusto, pues su chamba no tiene que ver con los libros.

El segundo es mi querido Aarón, quien si bien abandonó la carrera a la mitad, su curiosidad interminable y su bagaje enciclopédico lo hacen ser unos de los mejores lectores que conozco. Actualmente trabaja como corrector en El Norte y con frecuencia le corrige la plana a los editores, no sólo en cuestión de estilo, sino en cuanto a datos de contenido. Aarón es capaz de elegir un libro sólo por el título, sin ninguna otra referencia previa (algo que difícilmente yo soy capaz de hacer). Si yo soy capaz de citar, pongamos por caso, 30 escritores de la ciudad con los que cruzo palabra, él es capaz de decir cuáles de sus libros son los mejores y cuáles los peores. Aarón es una enciclopedia no sólo de cine (especialmente norteamericano y mexicano de muchas épocas), sino conocedor de Carver, Cabrera Infante... yo creo que todo lo que cae en sus manos.

La tercera persona es una señora originaria de Cuautla. Ella puede despacharse una novela en un par de noches y recordar un dato leído hace muchos años. Amante de Vargas Llosa (en su escritura literaria, no en la que aborda temas políticos, lo deja bien claro) una de sus mayores cualidades es la de cruzar datos y opiniones de los políticos de este país. Su gusto por Agatha Christie, la autora policíaca de origen británico, le ha ha hecho recordar la trama de las 68 novelas que han sido traducidas al español con sólo ver el título, (de las 82 que escribió en este género). Es de las que con el tiempo supo pronto quién era el asesino... y de todos modos la sigue releyendo.

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¿Cuántos libros se pueden leer en un año? ¿Realmente importa el dato?

Hasta más o menos el 95, tenía la costumbre, que no se le puede llamar de otra forma que obsesión, de terminar de leer todo libro que hubiese comenzado. Con el tiempo me di el permiso de botar aquel libro que no me atrapase.
Actualmente estoy leyendo un libro académico sobre mi ciudad, y sólo me interesó un capítulo. El libro sobre del doctor House sí me me lo eché todo. El de Ruy Sánchez casi lo termino, pero, ¿y qué me dicen de las revistas? Mi mujer me regaló Letras libres de diciembre, y el sólo acto, el simple hecho, fue un detalle exquisito, hermoso. Es, para que me entiendan, como si a una chava que le gustan las flores le hubiesen regalado un enorme ramo. Me gustó más la de diciembre que la portada de enero, en donde al sólo ver la portada de El Che ya sé que hablarán pestes y qué hueva. Creo que Krazue en buen editor (no tanto como Ruy Sánchez), pero ya no soy mucho de opiniones políticas.

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Mi hijo mayor está leyendo el primer tomo de Harry Potter, y casi lo termina. Además le gusta la película (las películas). Yo le ofrezco una lanita por cada libro que termina. Espero que con el tiempo lea todo lo que a él le guste sólo porque le gusta. Después de todo ver a su madre leer es algo habitual, lo mismo que mi hijo menor.
A él le gusta más bien dibujar, y le compro los dibujos que hace siempre y cuando provengan de un libro que leyó.

Hace muchos años escuché la anécdota de un cantante, me parece que de Marco Antonio Muñiz contada por su hijo Jorge, que para su padre era un requisito el hecho de cantar antes de sentarse a la mesa. Bueno, pues no tanto, pero mis hijos están entendiendo que pueden obtener cosas de mí si a cambio de ello leyeron. ¡Chinga, pos mucha tele y nada de leer!.
¡Ah, y que no me vengan con la mamada de que me quedé en la página tal porque no les doy ni madre!



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