sábado, 15 de enero de 2011

Hombres en la no búsqueda del amor

Algo que me llama la atención de muchas mujeres es su capacidad para, luego quizá de relaciones tormentosas, cortas o largas, luego de desengaños y sinsabores, sigan pensando en "encontrar el amor".
Esta idea tiene su parte cursi y ridícula si se quiere, pero a excepción de algunas viudas o divorciadas que yo considero sabias y quienes se la pasan disfrutando muy bien la vida solas (con amigos, viajando, haciendo lo que les gusta), el resto de las mujeres son capaces de recomponerse de sus pedazos, e incluso volver a entregarse a una relación con todo, sin mirar atrás, y con la convicción de que ahora les irá bien. Optimismo kamikase diría yo.
Hoy se me estaba ocurriendo que he visto a hombres que nos pasa un poco diferente.
De jóvenes nos casamos, tomamos esas decisiones, nos involucramos, pero si algo no resulta después de varios intentos, con el tiempo esto de encontrar una pareja se nos va quitando. Quiero decir que se nos va quitando la parte romántica. Por lo general nos quedamos con lo que tenemos o con lo que nos cae por comodidad, porque divorciarse es engorroso y porque finalmente "vale más mala conocida por buena por conocer". O porque nos resulta muy caro, emocional, económica o moralmente hablando y al final de cuentas, si la pareja está igual o más enferma que nosotros, nos aceptará de vuelta luego de un rato de reclusión en nuestra cueva (aunque en esa cueva la pasemos un buen rato con otra mujer).
Nuestra relación de pareja se traduce en llevárnosla lo más tranquilo posible con alguien que nos acompañe, nos escuche, nos tolere y a cambio de eso nosotros mantenemos la casa, pagamos los recibos y no hacemos mucho pancho en el espacio doméstico, que virtualmente es territorio de la esposa o pareja.
¿Y el amor?
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Ayer platicaba con un cuate con el que a veces me reúno. Él y otros en torno a unas cervezas. Tiene cincuenta y pocos años, una par de hijos, un nieto, un trabajo estable. Hace tiempo me contó que debe pagar una pensión, una lanita, la verdad, a una mujer que tuvo y con quien procreó un par de hijos estando casado. Al parecer su esposa lo sabe, o medio lo sabe, no, seguramente sabe todo. Él se dedica a trabajar y a repartir el dinero en su casa y en la pensión que da. En su momento, hace años, tuvo hasta cuatro ingresos y según dice, se sentía muy chingón, él firmaba y las podía y podía responder. Hoy su "territorio" es beber con sus amigos al salir de la chamba, practicar un deporte en el barrio y escribir y publicar. Con esto yo pensé que esta vida ya está concluida, definida, sin nada más que arreglar ni resolver. Una cheves y el resto cumplir con nuestras obligaciones. Punto.
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Volviendo a esto de la edad, creo que a muchos hombres, con los años, nos va dando hueva volver a iniciar relaciones. He sabido de la advertencia de aquella mujer mayor que le señala a una joven que los divorciados "son muy mañosos", pero yo pienso que las divorciadas inteligentes han aprendido muchas cosas importantes de las relaciones. Creo que sin discutir la honestidad de muchos hombres, que desean tener en ocasiones a más de una mujer simultáneamente, pienso que hay algo de razón en esas palabras de Alberto Ruy Sánchez en su novela, En los labios del agua (p. 20): "Yo estaría explorando un mundo de fantasmas masculinos, siempre temerosos del vacío".
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Una cosa es cierta, en asuntos del corazón y en general las emociones, las mujeres nos llevan mucha ventaja, si no nos interesa hablar del amor y de las emociones, al menos deberíamos saber que en esto no tenemos mucha experiencia. Un güey a los 16 años, aunque no tenga licencia de conducir sabe con sólo verlo, que un vehículo pude ser de cuatro, seis u ocho cilindros. Una mujer a los 16 suele estar capacitada para hablar en términos de qué tan seria es una relación, propia o ajena. Y si no está segura acostumbran comentarlo. Esto es un conocimiento grupal. Los hombres rara vez hablamos de esto. Hablamos de sexo, sí, pero en proporciones medibles de minutos, horas, centímetros, meses, veces, cantidad de orgasmos. Pero estamos como incapacitados para las cuestiones cualitativas: qué tan buena es mi relación, por ejemplo.
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