miércoles, 5 de mayo de 2010

Beauvoir no es para niños

“La televisión se apaga a las 10”, les dije, pero nadie parpadeó. Andrés y Ernesto, en la sala, veían Harry Potter en su versión ocho o diez, y lo peor de todo es que ya la han visto al menos doce veces.

De pronto me sentí tan lejano a aquel miércoles 11 de febrero de 1998 cuando María de la Paz Quintanilla Vargas salió a recibirme de la oficina con la noticia tumultuosa de que acababa de ser papá. Y un abrazo y un beso y como estúpido.

“Sí, soy papá, pero parece que estoy pintado”, pensé mientras me encerraba en mi cuarto a planear una mejor estrategia ante mis hijos que no quitaban la vista de la pantalla.

Recogí un poco mi ropa, y mientras colgaba unos pantalones se me vino otra idea.

“Les subo de 20 a 35 centavos la página, pero tienen que empezar en este momento", les dije. Hace unos meses, antes de que su madre los visitara, ocasión del calvario del que no he terminado de arrepentirme como yo quiero, cada libro que leían se los cotizaba por página, en cifras que iban de los 5 a los 20 centavos cada una.

Así, con un libro infantil de letras grandes, unas 36 páginas y muchos dibujos, Andrés de embolsaba algunos cinco pesos. Pero si el libro era para jóvenes, y ellos eran constantes en la clavada, la cifra podría aumentar mucho. El año pasado Inti, por ejemplo, con Fiebre en las gradas, llegó hasta la página 85 pesos.

Pues bien. Ahora los estoy persuadiendo de que vean menos televisión y se dediquen a cosas más edificantes. Por ejemplo a leer.

Pero resulta que la película estaba a punto de finalizar cuando les dije lo de los libros, y lo que ellos hicieron fue terminar de verla e irse a la cama con un libro.

“Pero yo escojo”, les aclaré en mi parte de la revancha. Así que al Inti le pasé un libro de 600 páginas de chismes dichos con seriedad que retrata la relación entre Beauvoir y Sartre. Y al Andreso, que no le gusta el futbol pero que tiene la generosidad de salir a jugar con su hermano y conmigo en la plaza, le di el de Fiebre en las gradas.

Se durmieron en cinco minutos.

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