domingo, 21 de febrero de 2010

La otra España

En mi más tierna infancia, como un recuerdo prehistórico, existió una atomósfera, un aire que respiré. Vivíamos en una casa de dos cuartos, uno mediano y uno muy pequeño, que servía de cocina, comedor, recibidor y sala, pero más bien sólo cabía una mesa redonda y una estufa pequeña. La casa tenía techo de lámina y vivíamos al fondo de la casa de mi abuelita, cruzando el patio, algo estilo vecindad.

Pienso que la pasé tranquilo, fui el primer hijo. Ahí recuerdo tonadas, arrullos, canciones. Comer y dormir. Esa época transcurrió en los setenta. Fue entre 1973 y 1979. De esta parte rescato las palabras guerrilla, Che, amor, gordo, mijo y algunas canciones, como El Cristo de Palacagüina, De colores, el adjetivo "latinoamericano", y alguien tocando la guitarra en casa, algún amigo de mis papás. Música de protesta le llamaban.

En 1975, el año en que murió Franco, la primera canción que balbucee, según cuenta mi mamá, fue Eres tú, de Mocedades. Yo estaba por cumplir tres años, mi mamá 32 y mi papá 27. Muchos menos de los que ahora tengo. Pienso que mi papás en ese momento eran unos chamacos jugando bastante en serio a formar un hogar. Debieron sortear muchas dificultades.

No sé expresar lo que ahora me provoca esa música. Pero algo se quedó guardado para siempre. Ahora sé que Sara, la novia española que tuve, me hizo revivir sin saber esas fibras hace ya casi diez años. Pero no me di cuenta porque esas conexiones estaban muy guardadas de hacía tiempo.
Conforme crecía me di cuenta que la música que más me gustaba era española: Hombres G, Mocedades, Miguel Bosé, Camilo Sesto, Le mans, Nosoträsh, Enrique y Ana, Parchis... ¿Han escuchado la canción Eres tú?¿La otra España?¿Secretaria?¿El vendedor?, pues con esas crecí sin saber de dónde provenían. Ahora las oigo y algo muy lejano y muy profundo se mueve, como si siempre hubieran estado ahí, en mi inconciente, como mi sello de fábrica.

Hace ocho años algo me llamaba a irme del país. Y decidí que tenía que ser a España. Investigué cómo viajar y la forma más barata fue un barco carguero que salía de Veracruz y tardaba 21 días en llegar a Marruecos. Luego brincar... Por tres días lo pensé. Cuando estuve a punto de tomar la decisión, no lo hice. Pensaba en mis hijos.

En fechas más recientes finalmente pisé Montjuic, el Barcino romano, llegando por El Prat de Llobregat junto al Mediterráneo, y fueron días de sentir en carne abierta la ciudad en el que con gusto me habría quedado a vivir. El ambiente de algunas letras españolas que vi en la facultad, ahora las vivía. Sara recorrió conmigo la ciudad, ya no como mi pareja, sino como la amiga que me dio una gran lección de cariño, de dignidad, de humildad y de regalo humano.

Ahora estoy en el mejor lugar que puedo estar, al lado de mis hijos. Y enamorado de una mujer que como si tuviera 20 años más, ha descubierto las cosas más sencillas del amor. De ella aprendo. También de mis hijos.

Todavía siento que estoy en el comienzo, pero definitivamente creo que mi otra España está aquí.


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