martes, 9 de febrero de 2010

Las mil y una noches

Apenas llegué hoy con mi entrenadora, me puse a llorar.

No quiero hacer Las mil y una noches de ello, sólo que me pareció muy curioso porque no había motivo aparente. Y quien me entienda sabrá ver que no hay motivo aparente pero que sí lo hay. O lo hay aunque nadie lo entienda y ni falta que hace ¿Sí soy claro? Dos o tres entes femeninos podrán entender una historia infinita con que sólo les diga: "En el antiguo Imperio de Persia, había un monarca poderoso amado por su pueblo y temido por sus enemigos".

Pero yo digo que no había motivos para ese llanto soflamero. De hecho, los últimos días fueron felices/intensos/bellos. Anoche apenas vi uno de los anocheceres más bellos que he visto en mi vida: nubes de alfombra a media luz y al final, un crayón gigante pintó una franja roja en el horizonte. Los Airbus 320 se distinguen por tener 174 asientos y por permanecer impávidos a cualquier atardecer, por hermosos que éstos sean. Pero escuchando música sabrosa y mirando aquello, creo que difícilmente se repetirá un cuadro tan hermoso.

También anoche completé mis primeras setentaiséis horas de vuelo, persignando al país en un trayecto que, de no resultarme tan disfrutable, hubiera sido parcialmente ocioso. Ya está ése y todos los demás datos apuntados en mi bitácora personal que apenas ha llenado la escalera de una página.

Muchas imágenes bellas el fin de semana. Como esa del viento soplando en la playa. O como la del café. Creo que todos mis sentidos estuveron procesando material a su máxima capacidad y apenas las horas de sueño fueron respetadas.

El fin de semana, también, comprobé una vez más que el amor bien nos puede pasar encima y uno no tiene por qué patalear ni ponerlo en itálicas: nadie se ha muerto porque ame demasiado, simplemente porque el amor nunca es demasiado; puede ser mucho o bastante, pero no demasiado. Ahora, también, sé que el amor bien dado hace feliz. Y el bien recibido, también... chingao sonrío nomás de acordarme. Ustedes disculpen.

Pero apenas toqué tierra en el Mariano, y las llamadas, los mensajes, los pendientes... todo era como maleza con árboles caídos.

Sí, creo que estoy algo tensionado por el trabajo y por cierta presión de no descuidar mucho a los niños. En unos meses su madre cumplirá cuatro años de que no está con ellos y evidentemente Ernesto ya está cruzando otro sector del tablero. Por cierto, mañana cumplirá sus primeros doce años de vida y percibo que sus intereses están cambiando, poco a poco, sutilmente. Me alegra mucho que mañana reciba un pastel como el que le gusta... ah, y también un hermoso regalo cortesía de mi Nube que vive bajo mis cobijas y en su casa.

Mis hijos me necesitan y a veces quiero convencerme de que este barco camina para adelante.

Decía que apenas llegué con mi entrenadora, me puse a llorar. Y no supe decir por qué. Tal vez al escribir todo esto algo me responda. Pero entre mis hipótesis está una que no quiero explicar a detalle pero que yo llamo la Hipótesis del sismo. Es como si en las costas de Guerrero se despierta un terremoto, pero ahí pasa desapercibido; llega a la Ciudad de México y rompe el drenaje. Más o menos. Digo más o menos porque me da pudor explicar más. Es un ejemplo que en unos días ya no será válido.

Bueno, pues ya está. Vámonos a dormir que creo que traigo resaca de viaje, de amor, de trabajo. Los chicos sí lloran pero de momento no nos quedaremos pisteando más. Salud por el amor.

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