viernes, 1 de enero de 2010

Migas rojas

No me hago loco: sé que tengo en el tintero el tema de la inteligencia, el de los hombres lona, ambos ya anunciados, y otros en mente. Eso va a salir.

Ahora que tenemos muy presente el tema de las fiestas, comida, pláticas y buenos deseos, veo que a los hombres nos gusta platicar más en la banqueta o en el patio, cerveza en mano y en ronda. A veces de pie, lo que nos permite expresarnos con mayor libertad con todo el cuerpo. Pero estar en la cocina es otra onda. ¿Han platicado en la cocina, con la señora de la casa, con otras mujeres que vienen?¿se han fijado cómo fluye la charla?
En lo personal, las pláticas más sabrosas que tengo con mi mamá se dan en la cocina, mientras se hacen o no otras cosas. No sé si sea obvio para todo mundo que en la cocina, platicar en la cocina, crea una intimidad involuntaria.
En el patio podrán estar las explicaciones del mundo, de las crisis financieras, y en general el cómo funciona de todo. Pero en la cocina brota el estado en que se encuentra la famlia, ésta u alguna otra con la que esté uno enparentado.
Desde que los hombres se creyeron eso de que la femenidad es contagiosa evitaron pasar mucho tiempo en este territorio (excepto, por supuesto, de esos excelentes cocineros que muchos conocemos, aunque la diferencia es que en ellos es un gusto socialmente mejor valorado que no tiene mucho que ver con cierto tufo a obligación).
Mis tías hablan en la cocina. Y me gusta cuando mi presencia no parece incomodarles para hablar. Con ellas sucede como con los jóvenes, ante quienes se puede entablar más fácilmente un contacto siempre y cuando sean ellos quienes pongan la agenda y cedan la palabra. Estoy hablando de la libertad de hablar y explayarse sin que nadie trate de explicar el porqué de nada. Porque no se trata de tener la razón. No porque esté mal, sino porque el mundo que se crea en la cocina trae consigo un olor a intimidad, a entendimiento y a veces a confesión. Y todas esas cosas van un poco más allá de las palabras.

Bueno. Estamos en la cocina. Y sólo recordaba las cocinas en las que he estado en los últimos días. También estoy recordando que me iba a reivindicar en cuanto a mi analfabetismo gastronómico. Pero no me siento capaz de compartir esos cambios, que ya dije que son más bien íntimos.
Lo que me nace es hablar del segundo platillo que mis hijos han adoptado en el menú de lo que les gusta mucho. Se llama Migas rojas.

Para tres raciones se necesita un chorizo, seis tortillas y seis huevos. Se fríe el chorizo con un poquito más de aceite de lo normal, porque vendrán las tortillas y absorberán casi todo (mi Carmen dice que hay que utilizarlo muy poco, y lo menos caliente posible porque es nocivo para la salud... Avísoles que no estoy mostrando un platillo dietético).

Cuando el chorizo se deshizo se echan las seis tortillas cortadas en cuadritos. Así se deja por unos cinco minutos. Hay quien les gustan las migas muy doradas, pero a nosotros nos gustan normales: no remojadas masacotudas pero tampoco que truenen como totopos.
Enseguida se le ponen los seis huevos; como éstos se cuecen más rápido, hay que estar atentos a estarle moviendo. El resultado son unas sabrosas migas con huevo... pero sabor chorizo.

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